¿Qué regalo? Las ideas empezaron a bullir: ¡una tienda de Campaña! ¿una Campaña electoral para elegir la ONG que recibiría un donativo en Navidad? ¿un…? El brainstorming se convirtió en una sesión intensa de trabajo en equipo, pasión y responsabilidad. Era nuestra carta de presentación. Una oportunidad para demostrar a las empresas que confiaban en nosotros, que nuestra creatividad era deslumbrante, nuestro ingenio infinito, nuestro diseño inigualable. Tanta presión nos impusimos que todas las propuestas nos parecían que no estaban a la altura de nuestras intenciones. Entonces, paramos y decidimos pensar en el receptor.

Primera regla: poner en el centro al cliente. Una tienda de campaña era un regalo ingenioso pero inútil. No todos los clientes acampan, además nuestro presupuesto daba para una de dos plazas de calidad baja. Inservible para el perfil medio de nuestros clientes acostumbrados a viajar con la familia a un apartamento alquilado (tardaría en aparecer Airbnb). Igualmente desechamos una urna para votar porque nadie iba a entender la asociación con Campaña… electoral. Segunda regla: claridad para que todo el mundo entienda el mensaje. Con el concepto campaña sólo nos quedaba el paté. ¡Paté de Campaña! Tercera regla: las buenas ideas surgen de la reflexión y el análisis.

Lo teníamos. Era el regalo perfecto. Estratégicamente eficaz porque sería consumido por una inmensa mayoría. Logísticamente fácil porque su tamaño no suponía ninguna complicación para el envío. Gráficamente creativo porque nos permitía diseñar un packaging gourmet con mucha clase. Económicamente ajustado porque el paté más caro era mucho más barato que una tienda de campaña corriente o una urna hecha a medida.

Nos pusimos manos a la obra y el resultado nos llenó de satisfacción. Quedó espectacular. Procedimos al envío y esperamos al día siguiente las reacciones de los clientes. Pegados al teléfono fijo y al fax (recordad, no se había inventado el e-mail, ni el iPhone) empezamos a recibir las primeras llamadas. ¡Muchas gracias! ¡Muy creativos! ¡Vaya sorpresa! Todo el departamento está comiendo el paté ¡riquísimo!, etc. etc. pero hubo una llamada que nos desconcertó: “Oye ¿y el pan?” Cuarta regla: no te acomodes, cuando creas que lo tienes, un cliente exigente te obligará a darle una vuelta más.

¿Qué regalo? Las ideas empezaron a bullir: ¡una tienda de Campaña! ¿una Campaña electoral para elegir la ONG que recibiría un donativo en Navidad? ¿un…? El brainstorming se convirtió en una sesión intensa de trabajo en equipo, pasión y responsabilidad. Era nuestra carta de presentación. Una oportunidad para demostrar a las empresas que confiaban en nosotros, que nuestra creatividad era deslumbrante, nuestro ingenio infinito, nuestro diseño inigualable. Tanta presión nos impusimos que todas las propuestas nos parecían que no estaban a la altura de nuestras intenciones. Entonces, paramos y decidimos pensar en el receptor.

Primera regla: poner en el centro al cliente. Una tienda de campaña era un regalo ingenioso pero inútil. No todos los clientes acampan, además nuestro presupuesto daba para una de dos plazas de calidad baja. Inservible para el perfil medio de nuestros clientes acostumbrados a viajar con la familia a un apartamento alquilado (tardaría en aparecer Airbnb). Igualmente desechamos una urna para votar porque nadie iba a entender la asociación con Campaña… electoral. Segunda regla: claridad para que todo el mundo entienda el mensaje. Con el concepto campaña sólo nos quedaba el paté. ¡Paté de Campaña! Tercera regla: las buenas ideas surgen de la reflexión y el análisis.

Lo teníamos. Era el regalo perfecto. Estratégicamente eficaz porque sería consumido por una inmensa mayoría. Logísticamente fácil porque su tamaño no suponía ninguna complicación para el envío. Gráficamente creativo porque nos permitía diseñar un packaging gourmet con mucha clase. Económicamente ajustado porque el paté más caro era mucho más barato que una tienda de campaña corriente o una urna hecha a medida.

Nos pusimos manos a la obra y el resultado nos llenó de satisfacción. Quedó espectacular. Procedimos al envío y esperamos al día siguiente las reacciones de los clientes. Pegados al teléfono fijo y al fax (recordad, no se había inventado el e-mail, ni el iPhone) empezamos a recibir las primeras llamadas. ¡Muchas gracias! ¡Muy creativos! ¡Vaya sorpresa! Todo el departamento está comiendo el paté ¡riquísimo!, etc. etc. pero hubo una llamada que nos desconcertó: “Oye ¿y el pan?” Cuarta regla: no te acomodes, cuando creas que lo tienes, un cliente exigente te obligará a darle una vuelta más.